Sunday, February 25, 2007

Del Universalismo Utópico al Universalismo Científico


André Cezar Medici

Universalismo y desigualdad

En el mundo contemporáneo, donde la desigualdad es uno de los principales problemas sociales, la definición y el alcance de derechos universales pasa progresivamente a ser una utopía compartida por todos (o casi todos). No por ser la desigualdad una característica únicamente asociada a los nuestros tiempos, ya que su existencia ha sido comprobada tanto en las actuales formas de organización social como en las pasadas.

Pero en el presente dos factores básicos, entre otros, llevan al aumento del consenso cuanto a la necesidad de su reducción. En primer lugar, el discurso de que la democracia es un valor universal pasa a ser empujado mundialmente. Aunque su alcance en todas las partes esté muy distante, la reducción de las desigualdades sociales emerge como principal prioridad entre las viejas y nuevas sociedades democráticas. En segundo lugar, la desigualdad es tirada en nuestras salas de visita a través de los medios de comunicación de masa generando incomodidad, como diría George Orwell[1], tanto para los más como para los menos iguales y, por lo tanto, el consenso sobre la necesidad de reducirla pasa a ser una prioridad de los partidos políticos de todos los colores y matices y una promesa, aunque utópica, de que avance la cohesión social para tal fin.

Autores como T.H. Marshall[2], uno de los padres del moderno concepto de ciudadanía, afirman que esta se funda en la incorporación progresiva de tres tipos de derechos: derechos civiles (como el fin de la esclavitud, de la servidumbre y otros males que impiden el derecho de ir y venir de los individuos), derechos políticos (la democracia y el derecho de todos en elegir libremente sus representantes y expresar libremente sus credos políticos y religiosos) y derechos sociales (el derecho a políticas sociales básicas de educación, salud y protección social, entre otras).

El Universalismo Europeo y del Este Asiático

El concepto de derechos sociales como parte de la ciudadanía ha sido uno de los pilares prácticos del estado de bien-estar social europeo, especialmente en el modelo desarrollado a partir del informe realizado por Lord William Beveridge[3], que lanzó las bases universales de la política social en aquello continente.

Varios factores actuaron en la construcción práctica de esta propuesta de política social. Entre ellos, las inversiones del Plan Marshall[4], las ventajas comparativas en capital humano y tecnología acumulada por el esfuerzo de guerra, la demografía favorable, con una larga proporción de la población en edad económicamente activa seguida por un baby boom, la expansión comercial entre los países desarrollados y las largas fuentes de materia prima barata disponibles en los países en desarrollo.

Estas ventajas difícilmente serían posibles de reproducirse posteriormente en el contexto histórico de los países en marcha para el desarrollo y por lo tanto, la segunda generación de países que superaron los entraves para ingresar en el mundo desarrollado, como son los tigres asiáticos, no se basó en el mismo proceso incorporación de derechos sociales (y en algunos casos ni civiles y políticos), con excepción de la universalidad en la educación y su relación con la inversión tecnológica, ambas consideradas como pilares del proceso de desarrollo en estas sociedades. Muchos de estos países entre los años sesenta y noventa, bajo el liderazgo de gobiernos autoritarios, desarrollaron sus políticas sociales como instrumentos de política económica, privilegiando categorías sociales especiales, tal cuál se produjo en el modelo bismarkiano alemán.

Con la crisis económica a fines de los años noventa y durante la transición al nuevo milenio, dichos países empezaron reformas que vienen ampliando progresivamente la universalidad de los derechos sociales, manteniendo en algunos casos un welfares state residual, pero poner en riesgo su estabilidad económica[5].

Los universalismos tardíos y las lecciones a aprender

En el caso de los países que todavía se encuentran en proceso de desarrollo y no alcanzaron los niveles de ingreso para absorber en los sectores modernos y formales franjas considerables del mercado de trabajo, el reciente proceso de globalización de los mercados de productos, servicios y capitales, fragilizan la capacidad de los estados nacionales en compatibilizar la competitividad exigida por el mercado global con los gastos públicos necesarios para mantener políticas sociales universales.

Asimismo, en los últimos veinte años, muchos de los países en desarrollo pasaron a incorporar progresivamente en su aparato constitucional los derechos sociales universales sin que fuera creada una base económica sólida para la implementación y sostenimiento de estos derechos. Este universalismo tardío ha sido observado especialmente en América Latina.

¿Qué implicaciones podrá tener este avanzo de derechos sin bases económicas de sustento? Hay que considerar que esto movimiento es radicalmente distinto del ocurrido en la Europa o en el Este Asiático, donde la universalización de los derechos sociales, por factores de órden externa o por procesos de gestión interna, se desarrolló de forma progresiva y articulada con bases económicas sostenibles.

La experiencia pasada demostró, en los países europeos, un buen sentido de oportunidad histórica en la construcción del universalismo, pero desde los años setenta esto contexto viene progresivamente se deteriorando por distintos factores como la demografía desfavorable con tendencias al rápido envejecimiento poblacional, la creciente inmigración internacional aumentando al informalidad laboral y la presión por equidad social y el largo nivel de desempleo, especialmente entre los jóvenes.

Las tensiones políticas han desacelerado el proceso de reformas de las políticas sociales universales, cronificando el déficit público y debilitando la competitividad externa. La Unión Europea, aunque tenga facilitado el comercio entre los países europeos, establecío un escudo proteccionista a los productos externos, especialmente de los países en desarrollo, con miras a evitar quedas aún mayores en los niveles de empleo y el aumento del déficit fiscal que aún sostiene las políticas universales de salud y seguridad social.Lo que sigue moviendo adelante el universalismo europeo, con todas sus dificultades, es la creencia de que las sociedades más equitativas son más cohesionadas y mejoran, por esto motivo, su nivel de bien estar al resolver sus problemas a través de solidaridad frente a las adversidades.

¿Pero por cuánto tiempo se podrá mantener esta creencia, en una situación de grandes tensiones comerciales, de demografía desfavorable, de nuevos matices culturales y sociales resultantes de la inmigración y de largo déficit fiscal?El pragmatismo asiático en la construcción del universalismo todavía es muy reciente para juzgar su potencial de éxito, aunque países que lo lograron tempranamente, como Japón, hayan demostrado una gran dificultad en reformar su welfare state. Los demás países, como resultado de los avances democráticos recientes, podrán beneficiarse de una luna de miel entre los políticos y los grupos organizados de presión social, dado que los avances graduales han sido, en general, satisfactorios para todos y fiscalmente sostenibles.

La opinión que tengo es que hay que evitar que el universalismo en los países en desarrollo no venga a ser implementado por que es una utopía inalcanzable. Su construcción debe tener bases sólidas (científicas) para que sea sostenible a largo plazo. Las lecciones aprendidas del universalismo en países que lograron pasar la barrera del desarrollo económico muestran que: (a) su construcción debe ser incremental; (b) no puede comprometer la estabilidad o frenar el proceso de desarrollo económico, debiendo buscar sinergias que potencien tanto la estabilidad como el crecimiento; (c) debe estar orientado a resultados y no a procesos, atendiendo desigualmente a los más desiguales; (d) debe respectar la cultura y la economía política de cada país, buscando comprometer a todos con su construcción; (e) debe fomentar la solidariedad y la cohesión social en su implantación.

Referencias

[1] Orwell, G., “The Animal Farm” (first edition 1945), Ed. Signet Book (paper back), 2004.

[2] Marshall, T.H. (1964), “Class, Citizenship and Social Development”. See also T.H. Marshall and Tom Bottomore, Citizenship and Social Class. London: Pluto Press, 3-51.

[3] Sir William Beveridge fue un importante economista inglés, asociado al grupo de los socialistas fabianos. Su informe sobre seguridad social presentado al Parlamento Inglés en 1942 fue la base de la reforma del modelo de seguridad social inglés en la dirección de derechos sociales universales.

[4]El Plan Marshall es el nombre por el que se conoce el Programa de Reconstrucción Europeo anunciado por el entonces secretario de estado norteamericano George Marshall en un discurso en la universidad de Harvard el 5 de junio de 1947. Se calcula que en total el Plan supuso una ayuda de 13.000 millones de dólares entre 1947 y 1952. El éxito del plan fue esencial para la recuperación económica y el asentamiento de los regímenes democráticos en Europa Occidental.

[5] Países como Corea, después de la crisis económica y bajo los gobiernos democráticos, cambiaron esto contexto a partir de la generación de un seguro básico universal de salud, de la extensión del seguro desempleo y de la creación, en el año 2000, de una pensión mínima para familias bajo la línea de pobreza.

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